Vuestro Arte Objeto

martes, 8 de noviembre de 2011

COLABORADORES.. MELIBEA MIS LETRAS

                 
                         HISTORIA DE UNA ILUSIÓN
Érase una vez un hombre sin memoria. Apenas recordaba su nombre y, en algunas ocasiones, cuando pasaba delante de la casa en que había nacido, creía atisbar una endeble familiaridad con el lugar. Sin embargo, al instante, una vez superada la entrada, sus pensamientos recaían en una persistente obsesión que, sin tener conciencia de ella, le conducía a minuciosas costumbres diarias hasta que el cansancio lo vencía. Entonces, exhausto de su continuo transitar, descansaba en un banco, al cobijo de un portal o dentro de los servicios de la estación de autobuses. Por la mañana, nada más amanecer, se despertaba con el escaso diálogo interior que marcaría su jornada: "Irás contra la muerte y el olvido". De este modo, mientras paulatinamente su delirio le arrebataba el resto de las palabras, guardaba en una vieja mochila la manta y el periódico que habían templado su sueño y comenzaba a caminar hasta el Puente de Alcántara, punto de partida de su singular peregrinaje.

En el puente se asomaba a contemplar el río Tajo y sacaba de su bolsa un lápiz y un cuaderno. Apoyado en la piedra, dibujaba en la siguiente hoja el descenso del agua, cuyo caudal se enredaba a la altura de una aceña abandonada. Tras terminar su boceto, ascendía, en un aparente deambular, hacia el centro del casco histórico por las calles que usó aquella vez.

En la Plaza de San Justo se sentaba en el escalón de entrada a una casa. El dueño de la cafetería, que sabía de su puntualidad, salía del establecimiento para ofrecerle un desayuno. El hombre, sorprendido por la generosidad, se excusaba con su pobreza; pero el propietario le agarraba suavemente del brazo para acompañarlo a una mesa ya dispuesta. Desde la barra, el señor se apenaba por aquel hombre de mirada perdida que se despedía con una ligera sonrisa y con una nota en una servilleta cuyo contenido ya conocía.

Sin percatarse de que volvía sobre sus pasos, tomaba la Calle de San Miguel. Con cada pisada se le aceleraba el corazón. Entonces, abrumado por una flojedad repentina, sostenía su cuerpo en la fachada de la casa en la que vivió durante veinte años. Parcialmente recuperado, proseguía su camino, no sin antes fijarse en la puerta.

Las torres del Alcázar surgían tras abandonar la Calle de los Trastámara y doblar hacia la Cuesta de Carlos V. La imponente fortaleza le sobrecogía de tal modo que descendía rápidamente para obtener una visión más completa del edificio. Desde Zocodover, en un banco, sacaba otra vez el cuaderno para retener en otra hoja, nuevamente, las torres, cuya terminación en punta rasgaba el cielo lleno de nubes.

Allí permanecía viendo pasear a la gente. Después continuaba por la bajada de la Calle de las Carretas y se resguardaba bajo la Puerta de Bisagra. Sentado en un lateral, abría su mochila y almorzaba unas pocas galletas. Al poco, le parecía oír su nombre en boca de una mujer:

- Señor Amador, ¿qué tal pasó esta noche? Mira que hizo frío. Yo me acordaba de usted y me decía para mis adentros: "Pobre hombre. ¡Ay Dios! Un día se congelará en uno de estos inviernos tan heladores".

El hombre la miraba desconcertado, mientras se preguntaba cómo sabía su nombre.

- Acá le he traído las galletas que le gustan y un bocadillo de jamón. Tómelo y no me venga con lo de siempre, que mi marido está por llegar y no le gusta que deje la tienda sola.

Amador, avergonzado, estiraba el brazo y cogía la bolsa con el alimento.

- ¡Hasta mañana! Cuídese. A ver si reviso el armario y le traigo una camisa de esas que Manolo ya no gasta. Adiós- y la mujer desaparecía de su vista con la misma rapidez con la que había surgido.

Arrimado contra la pared esperaba la noche, pues las luces nocturnas embellecían aún más la arquitectura de la ciudad. Cruzaba la calle y, desde el otro lado, miraba la Puerta de Bisagra. Allí, de pie, entre los turistas que subían o bajaban de sus transportes, pronunciaba las únicas palabras del día, las cuales daban sonoridad a su manía: "Irás contra la muerte y el olvido".

Con los sonidos que componían aquella oración, Amador, el hombre sin memoria, se retiraba del alboroto del tráfico y de los viandantes para buscar, otra vez, en su obsesión, la historia de una ilusión.



Olivia Vicente Sánchez
Toledo, 16 de diciembre de 2009



Nota 1: Este relato se inspira en la canción "Hombre sin historia" del grupo La Portuaria, publicada en el disco Escenas de la vida amorosa (1991).
Nota 2: "Irás contra la muerte y el olvido" es un verso del soneto LV de W. Shakespeare.
Nota 3: este relato ha sido publicado posteriormente por las revistas
Letralia y Remolinos.
 
 
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